A las 5:15 de la tarde, cuando la tensión llevaba horas respirándose en los pasillos del Senado, Alejandro Gertz Manero decidió mover ficha. A sus 86 años, el hombre que hizo de la política mexicana un tablero familiar presentó su renuncia como fiscal general. No se retiró, claro. Solo cambió de escenario: aceptará ser embajador “en un país amigo”. Un último acto para quien nunca se ha visto a sí mismo fuera de la vida pública.
Gertz se va justo cuando la presidenta Claudia Sheinbaum termina de alinear su tablero de seguridad. Él era la única pieza que no había elegido. Hoy, el espacio queda listo para un relevo de su círculo más cercano.
El ascenso del fiscal que nació antes de la figura del fiscal
Cuando en enero de 2019 se convirtió en el primer fiscal general de México, el puesto parecía hecho a su medida: nueve años de permanencia, autonomía constitucional y la promesa de no ser removido por el presidente en turno. Una joya institucional.
Pero para muchos, esa autonomía se convirtió en arma. Sus críticos aseguran que Gertz usó el cargo para cobrar venganzas personales, proteger intereses privados y perseguir obsesiones familiares.
Para otros, fue simplemente él mismo: un funcionario acostumbrado a moverse con poder, que regresaba a ocupar un lugar en el que siempre se sintió cómodo.
Los orígenes del lobo
La historia de Gertz comienza en un México que ya no existe. Ciudad de México, 1961. Hijo de una familia acomodada y nieto de un empresario alemán, recién graduado en Derecho, entró al Gobierno federal en los últimos días de López Mateos. En paralelo era empresario, docente, académico y escritor: un joven que acumulaba cargos como quien colecciona credenciales.
Avanzó rápido. En 1975, con Luis Echeverría, se convirtió en el primer zar antidrogas del país. Su oficina tenía un nombre largo y burocrático —Coordinación Nacional de la Campaña contra el Narcotráfico—, pero el país la conoció como Operación Cóndor, el inicio del enfoque punitivista que marcaría décadas de dolor, violencia y militarización.
Ahí comenzó el mito.
Un camaleón político
Gertz era capaz de reinventarse siempre. En 1998, Cuauhtémoc Cárdenas lo llevó como secretario de Seguridad Pública de la capital. ¿Se inclinaba a la izquierda? ¿O simplemente sabía moverse donde hubiera espacio para actuar? Dos años después, Vicente Fox —del PAN— lo nombró secretario de Seguridad Pública federal.
Desde su escritorio ocurrió la primera fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán en 2001. El líder del cártel salió escondido en un carrito de lavandería. El país tardó 13 años en volver a capturarlo.
Gertz resistió críticas, presiones y escándalos. Duró hasta 2004. Ese año renunció para “jubilarse”.
La fortuna que nadie pudo explicar
Lejos de quedarse quieto, Gertz se dedicó a disfrutar su riqueza. Investigaciones periodísticas revelaron que, en su supuesta jubilación, adquirió:
- Cuatro propiedades en España por más de 113 millones de pesos.
- Dos departamentos, uno en Nueva York y otro en California, por 3.5 millones de dólares.
- 122 autos de lujo, valuados en 110 millones de pesos.
Nunca pudo explicar el origen de su patrimonio. Tampoco lo declaró por completo ante la Secretaría de la Función Pública.
El lobo había cambiado de guarida.
El regreso al centro del poder
En 2018, López Obrador llegó a la Presidencia. Y Gertz, aliado al entonces consejero jurídico Julio Scherer, volvió a escena con una fuerza inédita. El fiscal tenía la autonomía constitucional que antes no existía. Y López Obrador tenía un funcionario que sabía moverse en las sombras de la política.
Pero esa alianza no tardó en fracturarse.
La herida familiar que se volvió escándalo nacional
Si un caso define a Gertz, es el de Laura Morán y Alejandra Cuevas, su excuñada y su sobrina política. Tras la muerte de su hermano Federico, Gertz acusó a ambas de homicidio por presunto descuido.
La Fiscalía capitalina había cerrado el expediente en 2016. Pero en 2020, con él en la FGR, el caso resucitó. Cuevas fue detenida y pasó 18 meses en prisión hasta que la Suprema Corte ordenó su liberación.
La acusación parecía más personal que institucional. Para muchos mexicanos, ese día el fiscal quedó marcado.
Los gestos de lealtad al poder
Durante su gestión, Gertz construyó un historial de decisiones polémicas:
- Exoneró al general Salvador Cienfuegos, acusado en EE UU de narcotráfico. Incluso amenazó con denunciar a los agentes estadounidenses que osaron investigarlo.
- Cerró el caso de Pío López Obrador, grabado recibiendo dinero en efectivo.
- Encerró a Rosario Robles durante tres años, presuntamente presionándola para incriminar a Videgaray. No lo consiguió.
- Procesó casos de Pemex y Odebrecht bajo la lógica presidencial: es mejor que devuelvan lo robado a que pisen la cárcel.
Para sus detractores, Gertz no solo no usó la autonomía de la FGR: la convirtió en una extensión del poder político.
El ocaso
Con Claudia Sheinbaum en el poder, Gertz quedó fuera del mapa. Aunque intentó alinearse con Omar García Harfuch y mostrarse útil —como en el caso del rancho de Teuchitlán—, las tensiones crecieron.
El último golpe llegó esta misma semana, cuando Sheinbaum lo reprendió públicamente por el caso de Raúl Rocha, presidente de Miss Universo México, quien tenía abierta una investigación de la FGR que salpicaba a integrantes de la propia Fiscalía.
El mensaje fue claro: el final se acercaba.
La última salida
Gertz sabía que, por Constitución, Sheinbaum solo podía removerlo por “causas graves”. La alternativa era renunciar. Hoy lo ha hecho. Su nombre pasa a otro capítulo: el del hombre que pudo haber encabezado una Fiscalía independiente, pero que terminó envuelto en las mismas polémicas que la institución pretendía resolver.
Ahora, un aliado de Sheinbaum tomará las riendas. Y el viejo lobo se marcha —pero no del todo— hacia una nueva embajada, lejos del cargo que, quizá, más poder le dio en toda su carrera.
