sábado, octubre 25, 2025
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“No se trata de angelicalizar a la Iglesia, sino de reconocer errores y aprender de ellos”

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  • El ecónomo diocesano de SLP reflexiona sobre pederastia, migración, inseguridad y el desafío de recuperar fieles.

Por décadas, la Iglesia Católica en México ha sido un pilar espiritual y social. Sin embargo, en el siglo XXI enfrenta retos inéditos: la era digital, la disminución de vocaciones sacerdotales, la pérdida de confianza en algunos sectores de la sociedad y fenómenos globales como la migración y la inseguridad. Sobre estos temas conversamos con el padre Rubén Pérez O., sacerdote potosino, licenciado en Historia de la Iglesia, exdirector de la Pastoral Social y de la Casa del Migrante, actualmente párroco y ecónomo diocesano.

En entrevista para “Ingrata Noticia”, señaló que, por décadas, la Iglesia Católica en México ha sido un referente espiritual y social. Sin embargo, reconoció que que en la actualidad enfrenta una crisis de confianza derivada de hechos dolorosos como los casos de pederastia, que han marcado a generaciones enteras y puesto en duda la credibilidad de la institución.

Padre, desde su experiencia como sacerdote, ¿cuáles considera que son los principales retos que enfrenta la Iglesia Católica frente a las nuevas generaciones, ante las tecnologías y la era digital?

Justo en lo que usted anuncia como vertientes de cambio, leía una frase de una entrevista que le hicieron a Guillermo del Toro, donde decía que él siente en el ambiente un cambio sustancial en la historia de la humanidad. Quizás no nos damos cuenta, pero estamos inmersos justamente en un momento histórico de transformación cultural con muchísimas vertientes, que toca lo religioso, lo político, lo económico, lo social y la vida de familia, tal como tradicionalmente se concibe el matrimonio.

Enfrentamos no solo el reto del cristianismo como propuesta de fe, sino también la diversidad de experiencias religiosas en el mundo. Estamos en medio de una situación inédita, que nos lanza como primer desafío a no replegarnos, sino justamente a abrir la mente y el corazón a los nuevos momentos que vive la persona.

Un segundo reto es dar un testimonio más congruente y comprometido que nunca. En un mundo en el que todo se comunica y todo se hace visible, se nos invita a que la vida del cristiano, de todo bautizado y en particular de quienes animamos la fe de los hermanos, sea más auténtica.

Un tercer reto, en esa misma vertiente de apertura y congruencia, es reafirmar la identidad espiritual de cada persona, para no quedarnos en un materialismo funcional que limite nuestro ser, sino que impulse a experiencias trascendentes. El sentido de la trascendencia es fundamental. Si nos quedamos únicamente en la materialidad y en la corporeidad, estamos reduciendo lo que somos como personas. Pienso que todavía hay muchísimo que aportar desde la experiencia de la fe.

En la actualidad, muchas personas buscan respuestas en redes sociales, en la inteligencia artificial o en internet más que en los espacios religiosos. ¿Cree usted que se está perdiendo la fe o simplemente está cambiando la forma de vivirla?

Yo me quedé gratamente sorprendido cuando fue la elección del Papa León XIV. Las televisoras de todo el mundo dieron cuenta de ello; no solo el mundo cristiano occidental, sino todas las latitudes estuvieron pendientes de la elección del Pontífice. Y no solo vimos una plaza de San Pedro pletórica, sino también todos los espacios que convergían en ella.

Pienso que, evidentemente, para algunos la experiencia de fe consiste en ir al encuentro con Dios en espacios cerrados, pero también hoy hablamos de otros momentos: la fe vivida en espacios abiertos, en grupos, en ámbitos de reflexión y búsqueda. Existen universidades católicas en todo el mundo donde se debate el tema de la fe, y no es un asunto exclusivo del ámbito privado ni solo para personas piadosas.

La fe es, justamente, una experiencia que toca el corazón de la persona y la impulsa a buscar con afán ese sentido de trascendencia.

Como párroco y exdirector de la Casa del Migrante en San Luis Potosí, ¿qué reflexión nos puede compartir sobre el papel de la Iglesia en temas sociales tan sensibles como la atención a los más vulnerables?

Mire, la Iglesia desde sus inicios, con Jesús mismo, ya tenía una bolsa para ayudar a los necesitados junto con los apóstoles. De hecho, Judas Iscariote traiciona a Jesús y lo vende porque él era el tesorero del grupo. Pero lo que quiero subrayar es que la Iglesia siempre ha tenido una vocación de servicio, siguiendo a Jesús, nuestro Maestro.

A lo largo de la historia, la humanidad ha vivido momentos coyunturales, como cuando nadie quería atender a los enfermos de VIH y la Madre Teresa abrió albergues para recibirlos y acompañarlos en un buen morir. Lo mismo sucedió con los enfermos de lepra, y ahora con el fenómeno migratorio. La Iglesia es madre y sale al encuentro de todos sus hijos, aun de quienes no comparten la misma fe. Centroamérica, por ejemplo, estuvo fuertemente evangelizada durante mucho tiempo por sectas cristianas provenientes de Estados Unidos, y muchos migrantes que pasaban por San Luis Potosí encontraban aquí un oasis en su trayecto.

Eso nos lleva a reflexionar en la urgencia de generar, así como el mundo se ha globalizado en costumbres y dinámicas sociales, un fenómeno de inculturación y mestizaje global. Hoy encontramos a un francés moreno, a un alemán mestizo, o a un mexicano con rasgos del Medio Oriente. La globalización nos empuja a vivir con un sentido más fraterno y solidario.

La misma pandemia nos enseñó cómo lo que sucede en otro lugar del mundo nos afecta directamente: el COVID que comenzó en China pronto llegó a todas partes. Hoy más que nunca necesitamos reflexionar sobre la urgencia del cuidado de la casa común, que es el planeta, y también del cuidado de los hermanos, sin verlos como enemigos.

El fenómeno migratorio nos deja muchas enseñanzas. Muchos podrían decir: “Si no podemos ayudar a los nuestros, con tantas necesidades, ¿cómo vamos a ayudar a un extranjero?”. Pero también sabemos que muchos de nuestros hermanos han migrado al vecino país del norte y, gracias a su esfuerzo allá, han generado bienestar para nuestro país

En México, la inseguridad es una de las principales preocupaciones ciudadanas. ¿Qué tanto ha impactado este fenómeno en la vida de las parroquias y en la labor pastoral de los sacerdotes?

Ya ve cómo es tan diverso nuestro país. No es lo mismo la realidad que se vive en Mérida, Yucatán, que en Michoacán, en el norte, en Ciudad Juárez o en el centro del país. Desafortunadamente, la violencia ha hecho que muchas comunidades cambien su vida cotidiana.

Si usted visita municipios como Santa María del Río o Villa de Arriaga, a las seis o siete de la tarde la vida social prácticamente se ha terminado, y lo mismo sucede con la participación en los espacios de fe. Es algo que nos debe llevar a una reflexión seria. La ciudad capital aún conserva espacios y momentos celebrativos, pero incluso aquí, al caer la tarde, muchos lugares han perdido la vitalidad que antes se tenía en los municipios. La gente va, hace sus compras, convive un poco y se regresa pronto a sus casas.

He visto con gratitud que en espacios como el barrio de Tequis o la Plaza de Armas todavía hay vida, pero si uno va a San Sebastián, San Miguelito o Santiago, se encuentran calles desiertas desde temprano en la noche.

La delincuencia ha replegado a la gente y ha afectado su participación. Ya no se vive con el mismo entusiasmo que en otros tiempos. La vida parroquial se concentra más en las mañanas, al mediodía o el domingo, porque después la gente prefiere regresar a sus hogares.

Lo mismo sucede en Rioverde o en Ciudad Valles. He preguntado a sacerdotes de las diócesis de Valles y de Matehuala, y pasa igual: a determinada hora ya nadie sale, ni siquiera nosotros. ¿Quién se anima a cruzar a Lagos de Moreno a las ocho o nueve de la noche? Nadie, salvo en una emergencia.

Todo esto ha cambiado también los estilos de vida y la dinámica pastoral, precisamente por el tema de la inseguridad.

Diversos estudios muestran que el número de católicos practicantes ha disminuido en México, especialmente entre los jóvenes. ¿Qué estrategias considera necesarias para volver a acercar a las nuevas generaciones a la fe, sobre todo ante la información que circula en redes y en series donde se involucra y se señala a la Iglesia?

Mire, desafortunadamente a estas generaciones les han tocado temas muy delicados y dolorosos. El de la pederastia, por ejemplo, que es una situación penosa, triste y que denigra el trabajo de muchas personas comprometidas. Esto ha hecho que, para muchos, la realidad de la fe ya no tenga la misma importancia, provocando desilusión hacia quienes deberían velar y cuidar de las personas, en especial de los más pequeños.

Muchos de estos jóvenes crecieron escuchando estas noticias, hechos dolorosos y vergonzosos que nunca deberían haberse dado. Y esto ha impactado también en las vocaciones a la vida sacerdotal, que han disminuido enormemente en muchas latitudes a nivel global.

Yo pienso que es como cuando se reconstruye un hogar: resulta más costoso y difícil. Lo mismo pasa en lo espiritual; recomponer y volver a la fe es más doloroso, más complicado. Es todo un reto que tenemos frente a nosotros. El Papa Benedicto XVI dijo en una ocasión que la fe podría volverse más “desmandada”, pero también más “heroica”, más comprometida. Y yo creo que así será: ya no una fe por inercia, sino una vivida de manera más heroica por quienes realmente lo deseen.

Reconocer las verdades y los hechos desafortunados que han involucrado a la Iglesia, ¿sería un paso para recuperar fieles?

Yo diría que sí. Es exactamente lo que pasa en usted, en mí y en todos: luces y sombras. Todos tenemos eso, es la condición humana; no somos ángeles. Desafortunadamente esa condición nos ha llevado a situaciones penosas y graves.

Creo que tampoco se trata de “angelicalizar” a la Iglesia. Ese es el punto: cuando se la ha romantizado demasiado, se olvida que somos una institución humana, con los pies en la tierra, y eso implica aciertos y errores.

¿Hay déficit de sacerdotes, de jóvenes que quieran formar parte de la Iglesia?

Sí, tenemos desafortunadamente un decrecimiento de las vocaciones. Pero también hay testimonios luminosos.

Leía recientemente, por ejemplo, sobre un joven influencer español que decidió ser sacerdote. Para unos padres que tienen un hijo exitoso en la industria y de pronto les dice que entrará al seminario, puede ser un acontecimiento que los sorprenda y al inicio no comprendan. Pero esto es lo que seguimos viendo: testimonios que, a pesar de las experiencias tristes, siguen alentando y dando esperanza.

¿Cuáles son los retos económicos y administrativos que hoy enfrenta la Iglesia para sostener sus obras pastorales y sociales, sobre todo en San Luis Potosí?.

En San Luis Potosí existen templos extraordinarios, orgullo y testimonio de la fe de los hombres de su tiempo. Los templos del centro histórico dejan un grato recuerdo a los visitantes, y todo eso es fruto de la fe del pueblo.

La Iglesia no se sostiene con apoyos gubernamentales; es el católico quien apuesta por la cultura, por la educación y por la fe. Un padre o madre de familia que paga por la educación de sus hijos está fortaleciendo también la vida de la Iglesia. Por eso existen colegios católicos, universidades católicas, templos y obras sociales que se mantienen gracias a la generosidad de los fieles.

Es importante recordar que los templos no son propiedad privada de la Iglesia: no se pueden vender como si fueran un supermercado. Son propiedad de la nación, son orgullo y patrimonio. Ahí tiene, por ejemplo, el Templo del Carmen, o uno más moderno como el de Tequis, donde Dios me ha dado la bendición de servir. Son obras extraordinarias, también de ingeniería, que se mantienen vivas gracias a la fe y al apoyo del pueblo.

Muchísimas personas siguen ayudando directamente o con sus bienes, sosteniendo la Casa del Migrante, los albergues de la ciudad y otros espacios de caridad.

Por último, quiero agregar que es muy importante recordar que no solo somos materia, también somos espíritu. La fe nunca será un adormecedor de conciencia; al contrario, quien quiere vivirla con seriedad siempre la encuentra como un estímulo, un aliento que reconforta en las penas y lanza con esperanza a luchar por un mundo más justo y fraterno.

La fe siempre será ocasión para experimentar nuevas vivencias que impulsen la vida. Aun en medio del error o de la falla, siempre habrá delante de Dios una nueva oportunidad. Y quien quiera tomar en serio su experiencia de fe, puede estar seguro de que Dios nunca lo dejará de su mano.

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