Contrario a la creencia de que es una festividad moderna, Halloween (All Hallows’ Eve) hunde sus raíces en el Samhain celta de hace más de 2 mil años y en la víspera cristiana de Todos los Santos. Hoy es una celebración global asociada a disfraces, calabazas y “truco o trato”, pero no siempre es divertida para todos: a algunos menores la temática les provoca miedo, rechazo o incertidumbre.
Aprovechar esta fecha como un ambiente preparado y seguro permite dialogar en familia sobre lo que sienten, distinguir realidad de ficción y construir estrategias para comunicar límites y preferencias sin forzar su participación.
Celebrarlo con normas claras pensadas en el bienestar de la infancia (respetar si no quieren disfrazarse, ofrecer alternativas como decorar la casa o tallar calabazas, elegir contenidos acordes a su edad) ayuda a transformar el susto en aprendizaje.
Hablar abiertamente de monstruos, fantasmas o brujas como personajes del mundo irreal, buscar información en cuentos y canciones, y usar el humor de forma empática (una broma solo lo es si ambas partes se divierten) reduce la ansiedad.
El juego guiado por un adulto de referencia es clave para que expresen emociones y necesidades, mientras aprenden a regularse con acompañamiento, seguridad y calma.
Sumar medidas prácticas refuerza la experiencia positiva: acordar rutas y horarios, establecer una palabra de seguridad para detener cualquier dinámica que incomode, evitar disfraces o decoraciones excesivamente explícitas, moderar el consumo de azúcar y priorizar la movilidad segura.
Integrar que no hay emociones “buenas” o “malas” (todas cumplen una función) y que el hogar es un espacio de apoyo incondicional convierte Halloween en una oportunidad de educación emocional y disfrute sin miedo.





