Los senadores de Morena y aliados, quienes durante años fueron Oposición, ahora se vendían como los moderados y los responsables, y acusaban a sus adversarios de violentos, porros y desesperados.
Era la noche de la consumación de la reforma al Poder Judicial en la vieja casona de Xicoténcatl.
Pese a que en el pasado quienes formaban parte de su movimiento recurrían a la toma de tribunas para exigir ser escuchados como minorías, ahora en calidad de aplanadora descalificaban las acciones de resistencia.
Años atrás se solidarizaban con quienes protestaban en las calles por reformas impulsadas por el PRI y PAN, ahora para quienes lo hicieron les endilgaron el calificativo de «porros».
En sus trasmisiones en vivo en redes sociales, Citlalli Hernández, secretaria general de Morena, enfocaba a los senadores priistas y panistas en tribuna, y en tono irónico afirmaba que estaban ante la última estocada a la Oposición, casi su suicidio.
«Están desesperados, el pueblo los rechazó en las urnas, el pueblo no les quiere, han hecho todo por detener una de las grandes reformas, la que democratiza al Poder Judicial.
«Han violentado todo proceso legislativo, han faltado el respeto, mandaron porros, e intentan tomar la tribuna de manera desesperada», dijo la senadora.
Insistía que quienes protestaron en el Senado y que los obligaron a trasladar la sesión a la vieja casa de Xicoténcatl eran enviados de Claudio X. González y la «oligarquía», incluso, dijo, de «intereses ajenos a nuestra nación».
Andrea Chávez, senadora primeriza, quien no vivió los enfrentamientos de ex perredistas, ahora morenistas, en la Cámara de Diputados, para impedir toma de protestas de presidentes o reformas polémicas, se quejaba de los roces que tenían sus compañeras con senadoras de la Oposición.
«El PRIAN está intentando tomar la mesa directiva, nuevamente en el Senado, tras impedírsele la entrada a sus porros, ellos se han convertido en porros. Están empujando a nuestras compañeras de Morena. ¡Ay no, la están golpeando!», decía ante los empujones que se daban las mujeres en tribuna, tanto quienes estaban a favor como quienes estaban en contra.
Incluso, acusaba «autoritarismo» del PRI y PAN por tomar la tribuna, no por los gases lacrimógenos que los granaderos lanzaban afuera a los estudiantes y trabajadores del Poder Judicial para dispersarlos.
«No saben perder. No entienden que solamente cuatro senadores ganaron. El resto ganaron perdiendo. No le tienen ni el mínimo respeto al pueblo de México. ¡Qué vergüenza! ¡Qué montaje!», arengaba la chihuahuense en su trasmisión en vivo.
Incluso, pese a que no quisieron recibir a los estudiantes, aunque ella se comprometió a platicar con ellos, insistía que el Parlamento es para hablar y escuchar.
«No quieren escuchar, estábamos llevando a cabo la sesión de manera respetuosa. De pronto, qué vergüenza. Esto no se merece México», añadía.
Enfocaba a los líderes del PAN y PRI, y añadía «¡Pura joyita!», y minimizaba a algunas legisladoras de ese partido: «Esas legisladoras no sé ni sus nombres».
Mientras fue Oposición era conocido por su rebeldía en las sesiones, pero ahora el guerrerense Félix Salgado se quejaba de la resistencia de sus adversarios.
«La pequeña minoría del PRIAN con el MC«, rezaba en su trasmisión.
En medio de los gritos de la Oposición de traidores, él insistía a sus seguidores que los traidores a la patria eran ellos. Enfocaba a sus compañeros, quienes se carcajeaban entre ellos, y se burlaban de la desesperación de sus adversarios.
Aplaudía a Yeidckol Polevnsky, quien intentaba ganar espacio a las senadoras de la Oposición en la tribuna, y la presumía como morenista, cuando en ese partido no la quisieron y la tuvo que rescatar el PT con una candidatura.
«¡Ahí está Alito llorando!», decía, mientras aseguraba que tenían 87 votos contra 20 del resto de los partidos.
Preguntaba a sus compañeros cómo se sentían. La mayoría le decía respondía con la consigna de la noche para los morenistas: «La reforma va».
Mientras hablaba la emecista Amalia García, la senadora Ernestina Godoy, próxima Consejera Jurídica de Presidencia, le decía a Salgado: «Le pregunto a Amalia qué hace allá, que se venga acá».
Al llegar a Carlos Lomelí, este aseguraba que el neoliberalismo estaba en su debacle. El jalisciense fue acusado por sus propios compañeros de ser parte de una red de empresarios que se beneficiaron en sexenios pasados de contratos farmacéuticos.
Ahora los papeles se invirtieron.