A medida que Trump se prepara para reunirse con Putin, crece la ansiedad en Ucrania y Europa sobre un nuevo “Yalta”, donde grandes potencias negocian territorios sin la participación de los países afectados, como ocurrió en 1945.
En 1945, las superpotencias se reunieron en el puerto de Yalta para decidir el destino de Europa tras la derrota de la Alemania nazi. El resultado: países desmembrados, fronteras redibujadas y Europa del Este entregada a la ocupación soviética, sin que los países involucrados tuvieran voz ni voto. Este episodio ha quedado grabado en la historia como un símbolo de cómo las grandes potencias pueden trazar el destino de otros pueblos.
Hoy, a medida que Donald Trump se prepara para reunirse con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, en Alaska, la ansiedad sobre un segundo Yalta se extiende entre los ucranianos y los europeos. La inquietud crece por la posibilidad de que Trump negocie directamente con Putin sobre los territorios ucranianos, sin la presencia de Ucrania en las conversaciones.
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Peter Schneider, novelista alemán, se refiere a Yalta como un símbolo de la división y entrega de países a Stalin. Para él, Putin parece querer reconstruir ese escenario, comenzando con Ucrania. «Pero ese no es su fin», advierte. Yalta, ubicada en la Crimea, que ahora está anexionada por Rusia, representa cómo las grandes potencias pueden decidir sobre la vida y el destino de naciones enteras, sin consultar a los propios habitantes.
El politólogo serbio Ivan Vejvoda afirma que, aunque el contexto global ha cambiado, aún existen decisiones tomadas por grandes potencias en nombre de terceros países, decisiones que, para los países de Europa del Este, son una cuestión existencial. «Ese miedo a ser vendidos o abandonados por las grandes potencias sigue muy presente», agrega Kadri Liik, experta en Estonia y Rusia del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
En 1945, el Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Soviética se reunieron en Yalta para dividir Europa. El presidente Roosevelt y el primer ministro Churchill, ya débiles por la enfermedad, confiaron en las promesas de Stalin, quien garantizó elecciones libres en los países ocupados. Sin embargo, muchos en Europa Oriental sintieron que estos acuerdos se hicieron a sus espaldas, especialmente en Polonia y otras naciones que se vieron desmembradas y entregadas al control soviético.
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Hoy, Putin exige territorios ucranianos que no están bajo su control, lo que recuerda a la Cumbre de Múnich de 1938, cuando Neville Chamberlain acordó con Adolf Hitler desmantelar Checoslovaquia sin su participación, un acto que condujo a la destrucción de ese país. Para Timothy Snyder, historiador especializado en Ucrania y la Guerra Fría, las negociaciones de Yalta fueron problemáticas, pero no comparables con la situación actual. Mientras Stalin fue un aliado necesario para derrotar a los nazis, Putin es el agresor que desató la guerra en Ucrania.
El paralelo con Hitler es claro, según Snyder. La exigencia de Putin sobre Ucrania no es solo territorial, sino que su objetivo final es destruir el país, como Hitler buscaba destruir Checoslovaquia. De ceder, Ucrania perdería cruciales líneas de defensa, similares a las fortificaciones perdidas por los checos en 1938.
Así, mientras el mundo observa el encuentro entre Trump y Putin, Ucrania sigue siendo la pieza clave de un juego geopolítico que no deja de recordar los oscuros momentos de la historia.