sábado, julio 26, 2025
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«La última mudanza: voces de los abuelos que se van al asilo»

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  • “La vejez es como volver a ser niño… solo que ahora no hay nadie esperando en casa”.

En un pequeño cuarto, con una cama sencilla y algunas fotos colgadas en la pared, don Alberto quien tiene 82 años, cuenta que para él la casa de reposo donde se encuentra es lo mejor. “Fue decisión mía”, dice. “No quería ser carga para mis hijos. Ellos tienen su vida, sus problemas. Aquí por lo menos me dan mis medicinas a tiempo”.

Cada vez más adultos mayores en San Luis Potosí se ven en la necesidad —o en la obligación— de mudarse a un asilo. Algunos llegan por voluntad propia, otros porque no hay otra opción. Atrás quedan las casas familiares, las rutinas cotidianas, los nietos corriendo por el patio. Lo que sigue es una vida compartida con desconocidos, en una institución que busca darles lo mínimo necesario para terminar sus días con dignidad.

 “Mi abuelita ya no conocía a nadie”

Lupita recuerda con voz serena, pero cargada de emociones, el momento en que su familia decidió llevar a su abuelita Carmen a una casa estancia para adultos mayores. Fue una decisión difícil, envuelta en sentimientos de culpa, frustración y la realidad abrumadora de una enfermedad que cambió por completo la dinámica familiar.

—Pues mirá, la decisión de que mi abuelita se fuera a una casa de reposo fue porque ya nadie quería hacerse cargo de ella —cuenta Lupita—. Cuando empezó con el Alzheimer, o demencia senil, no sé bien cómo se dice, se ponía muy agresiva. A fuerzas se quería salir, hasta quería golpear a quien la estuviera cuidando. También ya no comía bien, y pues yo sí apoyaba con meterla en un asilo.

Doña Carmen quedó viuda hace muchos años. Tuvo cinco hijos y, a lo largo de su vida, logró construir un pequeño patrimonio: una casa, algunos locales y unos terrenos. Pero con el paso del tiempo y la llegada de la enfermedad, cuidar de ella se volvió una carga imposible de sostener para sus hijos, quienes, entre trabajos, compromisos y su propia vida familiar, ya no podían brindarle la atención necesaria.

—Yo les decía que la metieran en una estancia, para que estuviera acompañada, para que jugara, platicara… Que no estuviera sola. Porque en casa, aunque se turnaran para cuidarla, era difícil. Ella ya no reconocía a sus propios hijos —explica Lupita.

Cuando Lupita visita a su abuela en la casa de reposo, dice verla tranquila y bien cuidada.

—Cuando yo he ido, le pregunto cómo está y me contesta que bien. La traen con sus uñas pintadas, muy peinada, arreglada. Yo siento que sí la tratan bien… Bueno, a todos los que están ahí —comenta.

En la estancia hay residentes de distintas edades, algunos incluso más jóvenes de lo que Lupita imaginaba: personas de 70 años o incluso menos, que por diversas razones han sido internadas por sus familias.

—Lo que cobran, pues a mí sí se me hace caro, pero se paga con lo de sus rentas y con la ayuda del gobierno —explica. Cuando Carmen fue internada, el costo mensual era de 11 mil 500 pesos. Lupita no está segura si el monto ha cambiado, pero sí sabe que sin los ingresos del patrimonio de su abuela, sería imposible costear el servicio.

No todos en la familia estuvieron de acuerdo con internar a Carmen. Uno de sus hijos, el tío José, se oponía firmemente.

—Él no quería porque se quedaba con dinero de las rentas. Era más cómodo para él seguir administrando todo sin rendir cuentas —acusa Lupita.

La situación de Carmen es un reflejo de muchas familias en San Luis Potosí y en el país: adultos mayores que, a pesar de haber trabajado toda su vida y criado una familia, terminan sus días en una institución porque el ritmo de la vida actual, la falta de preparación ante enfermedades degenerativas y las tensiones familiares, hacen imposible otro camino.

—Ella ya no conoce a nadie de la familia, pero al menos sé que está bien. No sola, ni descuidada —dice Lupita con una mezcla de alivio y resignación.

“Me dijeron que solo sería un tiempo… pero ya llevo dos años”

Doña Petra, de 77 años, apenas alcanza a caminar con ayuda de un bastón. En la sala común de un asilo, se sienta cada tarde a tejer. “Mi hija me trajo después de que me caí en la cocina. Dijo que solo mientras me recuperaba. Pero ya llevo dos años. Al principio lloraba mucho, luego una se va haciendo a la idea.”

Su voz se apaga al mencionar que su familia dejó de visitarla hace meses. “A veces pienso que me olvidaron. Pero también entiendo… los jóvenes tienen prisa y nosotros, pues, ya solo estorbamos.”

“Aquí encontré nuevas amigas… pero el corazón sigue roto”

Doña Tere, de 84 años, fue llevada por su hijo mayor después de que enviudó. “Me sentía muy sola en la casa, ya no cocinaba, ya no salía. Él me dijo que aquí estaría mejor. Y sí, la comida es buena, hay doctora, hay misa. Pero no hay nada como tu casa. Aquí se ríe, se canta, pero por dentro todas traemos nuestras heridas”.

Ella y otras internas organizan un pequeño rosario cada noche. “Nos da paz. Pensamos en los que ya se fueron. En los que no han vuelto a visitarnos”.

Cifras y contexto

De acuerdo con el INEGI, en México hay más de 18 millones de personas mayores de 60 años. En San Luis Potosí, cerca del 13% de la población está en esta condición, y la demanda de estancias de cuidados ha aumentado en los últimos 10 años.

Sin embargo, muchos asilos operan con recursos limitados, sin suficiente personal o con instalaciones precarias. Algunos son públicos, otros dependen de la caridad o de cuotas familiares.

“Queremos vivir, no solo esperar la muerte”

Don Raúl, ex maestro de secundaria, tiene Parkinson. Aun así, trata de leer todos los días. “Aquí nos cuidan, pero también necesitamos actividades, sentirnos útiles. Hay abuelos que todavía pueden pintar, escribir, contar historias. No queremos solo estar sentados esperando”.

Su testimonio es un llamado a repensar el papel de los asilos en la sociedad. ¿Son depósitos humanos o centros de vida? ¿Qué tanto acompañamos a nuestros viejos cuando más nos necesitan?

Irse al asilo no siempre es sinónimo de abandono, pero sí marca un punto de quiebre en la vida de muchos adultos mayores. Entre resignación, recuerdos y esperanza, ellos siguen ahí, esperando visitas, afecto y, sobre todo, dignidad.

Panorama institucional y regulación

En el estado, los asilos y residencias para adultos mayores están regulados por la Norma Oficial Mexicana NOM‑031‑SSA3‑2012, así como por la Ley de Asistencia Social y la Ley de Personas Adultas Mayores de SLP. La vigilancia recae en Coepris, Protección Civil y la Secretaría de Salud estatal. 

El DIF Estatal no administra directamente los asilos: la operación corresponde a organismos privados o descentralizados como el Instituto Geriátrico Dr. Nicolás Aguilar, En 2024, más de 500 adultos mayoresrequirieron atención en albergues o residencias, mediante convenios con instituciones como Villa Lupita, Casa de los Potosinos e Ignacio Montes de Oca.

Crisis y abusos: el caso Residencia Santa Sofía

En mayo de 2025, las autoridades estatales intervinieron el asilo Santa Sofía, tras la difusión de videos donde se veían agresiones físicas y humillaciones contra adultos mayores. La residencia operaba sin permisos y sin condiciones mínimas de seguridad: sin rutas de evacuación, señalización, botiquines, capacitación del personal ni programas internos de protección civil. 

Durante el operativo se evacuaron a 10 personas mayores —cuatro mujeres y seis hombres— quienes fueron trasladados a la Casa de los Potosinos, donde se les ofreció atención digna. Una de las mujeres fue hospitalizada por su estado crítico. La Fiscalía del Estado abrió una carpeta de investigación por posibles delitos de abuso, lesiones y omisión de cuidados. El municipio y el DIF anunciaron inspecciones para prevenir futuros maltratos 

En respuesta a este escándalo, el gobernador Ricardo Gallardo Cardona impulsó una reforma legal para fortalecer la regulación y supervisión de asilos en el estado. Asimismo, autoridades municipales y estatales anunciaron inspecciones más periódicas, tanto del DIF como de Protección Civil, para garantizar que los centros cumplan con estándares mínimos de seguridad y atención.

Según reportes de 2022, hasta el 80 % de los adultos mayores abandonados llegan a residencias porque sus familias no disponen del tiempo o recursos para atenderlos, pero en muchos casos son olvidados poco después de ingresar, quedando sin alimento, ropa o atención médica. Esta situación va más allá de infraestructura: toca la dimensión emocional y social de quienes se sienten sin apoyo o considerados carga.

Aspectos positivos

  • Existen asilos enfocados en la dignidad y calidad de vida.
  • El DIF estatal colabora con residencias y proporciona servicios temporales y becas.

Desafíos urgentes

  • Insuficiente supervisión en algunos centros, como el caso Santa Sofía.
  • Riesgos de maltrato físico, psicológico y negligencia.
  • Deficiencias estructurales y falta de permisos legales y protocolos de seguridad.

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