martes, julio 29, 2025
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Ser trans en México: vivir, resistir y exigir dignidad

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  • Vivir para contarlo: las batallas invisibles de las personas trans en San Luis Potosí

“Toda mi vida supe quién era, pero me tomó décadas que el mundo también lo supiera”, dice Alejandra, mujer trans de 56 años originaria de San Luis Potosí. Su testimonio resume lo que muchas personas trans viven en México: una lucha constante por existir, afirmarse y exigir dignidad frente a un sistema que las margina.

En México, las personas trans enfrentan una vida marcada por la lucha constante: por su derecho a existir, a ser reconocidas legalmente según su identidad de género, a recibir atención médica sin discriminación y a vivir sin miedo. Ser trans en este país no solo es una cuestión de identidad, es también una experiencia atravesada por la violencia estructural, la exclusión social y, en muchos casos, el rechazo familiar.

Durante gran parte del siglo XX, las personas trans en México vivieron relegadas a la marginalidad. No existían palabras ni referentes que explicaran su identidad. En muchos casos, ni siquiera ellas sabían que lo que sentían tenía un nombre.

“En los años 70 y 80 no había hormonas, ni actas corregidas, ni seguridad en las calles. Vivíamos con miedo”, recuerda Alejandra. “A las mujeres trans nos veían como hombres disfrazados. Muchas terminaban en la prostitución porque no había otras opciones”.

La falta de reconocimiento legal e institucional generaba un círculo de exclusión: no podían estudiar, trabajar formalmente ni recibir atención médica adecuada. Las que buscaban cambiar su cuerpo lo hacían con medicamentos de veterinaria o intervenciones clandestinas, con graves riesgos para su salud.

Además, las redadas policiales eran comunes. “La policía te arrestaba solo por ‘vestirte de mujer’. Te rapaban, te golpeaban, te violaban”, cuenta Patricia*, una mujer trans de 61 años que vivió en la Ciudad de México.

No sabía qué era ser trans, solo sabía que no me sentía mujer…

Jesús Misael Espinosa Díaz de León tenía seis años cuando comenzó a sentir que algo no encajaba. No tenía el lenguaje para explicarlo, pero sabía que su identidad no correspondía con la que le asignaron al nacer. A sus 39 años, puede nombrarse con claridad: es un hombre trans. Su historia, marcada por el silencio, el rechazo y la resistencia, ejemplifica lo que significa afirmarse como persona trans en un entorno hostil.

“Desde que era niño, me sentía fuera de lugar con lo que me decían que debía ser. No sabía qué era ser trans, solo sabía que no me sentía mujer”, recuerda. Criado en una familia católica tradicional en la capital potosina, su expresión masculina fue reprimida desde temprano. “Me gustaban las gorras, la ropa holgada, me juntaba con mis primos. Pero cuando lo expresaba, me decían que eso no se decía. Me lo guardé por años”.

Durante su juventud, Misael comenzó a buscar respuestas. Internet fue un refugio, aunque limitado. “Todo estaba en inglés o alemán, nada en español. Además, cuando buscaba ‘hombre trans’, muchas veces me salían cosas porno en lugar de información real”, lamenta.

El impulso definitivo llegó cuando su madre enfermó de cáncer. “Antes de que muriera, quería contarle quién era realmente. Fue parte de mi proceso de aceptación. No sabía a quién acudir, pero en una Semana Cultural de la Diversidad conocí gente que me orientó”. Gracias al apoyo de activistas locales y amigas, encontró a la endocrinóloga que lo acompañó en el proceso hormonal. “Fue un proceso amable, porque yo ya venía trabajado emocionalmente con una psicóloga”.

Una de sus mayores frustraciones ha sido el acceso a procedimientos especializados como la mastectomía o la faloplastia. “Las opciones son pocas y caras. En México casi no hay especialistas, y en el extranjero son impagables. Además, muchos terminamos renunciando a procedimientos como la faloplastia porque son riesgosos y con bajo nivel funcional o estético”.

Pero más allá del quirófano, los retos también se presentan en lo cotidiano. Misael relata cómo tuvo que pelear durante dos años para que le entregaran su certificado de preparatoria con su identidad legal. “En la UVM me pusieron el pie, borraron mi historial. Tuve que ir a Ciudad de México, a la SEP, a la Dirección General de Bachillerato. Fue un desgaste total”.

Incluso el sistema fiscal le generó un problema: “Yo ya tenía firma electrónica antes del cambio de nombre y no me dijeron que debía conservarla. Luego hubo un desajuste entre mi RFC y CURP que me generó problemas laborales. Esos detalles nadie los explica, pero impactan mucho”.

Quiero ser ejemplo de que se puede…

A sus 27 años, Bruna Alejandra Castillo Gómez se presenta con claridad y orgullo: es arquitecta, mujer trans y activista por los derechos de la comunidad LGBTIQA+. Su historia, como la de muchas personas trans en México, ha estado marcada por descubrimientos tempranos, luchas personales, violencia estructural y una constante necesidad de reafirmar su identidad frente a un entorno que, muchas veces, no está preparado para aceptar la diversidad.

“Desde los cuatro o cinco años tenía sueños donde me veía con las uñas pintadas, y eso me causaba miedo… como si algo estuviera mal”, recuerda Bruna. Aunque entonces no tenía palabras para definir lo que sentía, esos sueños fueron la primera señal de que su identidad de género no coincidía con la que le fue asignada al nacer.

El proceso de autodescubrimiento no fue inmediato. Ya en la adolescencia, gracias al acceso a internet, Bruna comenzó a investigar lo que sentía. “Te das cuenta de que no eres igual al resto. Empiezas a buscar, a encontrar información, y ves que hay personas como tú”.

Pero en ese entonces, la representación trans en los medios era limitada y estigmatizante. “Se pensaba que las mujeres trans solo podían ser estilistas o estar en la prostitución. Cuando se lo dije a mi papá, lo primero que me dijo fue: ‘¿Entonces a eso te vas a dedicar?’”.

A pesar de la falta de apoyo familiar, Bruna encontró una red de contención en sus amistades. “Mis amigos de la secundaria fueron fundamentales para no caer. También conocí gente en redes sociales que vivía lo mismo que yo. Eso me salvó”.

Con apoyo de amistades, Bruna accedió a tratamientos hormonales y logró cambiar su acta de nacimiento gracias a un programa del DIF. Sin embargo, el camino no fue sencillo. Aunque estudiaba en la UASLP y tenía seguro médico, tuvo que costear su atención psicológica y gran parte de sus tratamientos.

“En el IMSS me trataban mal, no respetaban mi nombre ni mi identidad. Tuve que aprender a exigir respeto. No se trataba solo de salud, era también dignidad”.

Bruna ha sido víctima de violencia física y psicológica. “Tuve una pareja violenta y en la calle el acoso es constante. Ser mujer trans te expone doblemente: por ser trans y por ser mujer”.

A pesar de todo, insiste en ser un ejemplo: “La inteligencia es nuestra mejor arma. Quiero que otras chicas vean que podemos ser arquitectas, ingenieras, lo que queramos. No somos un estereotipo, somos personas”.

Realidades estructurales, cifras que duelen

México es uno de los países más peligrosos para las personas trans. Según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio, entre 2019 y 2023 se reportaron más de 200 asesinatos de mujeres trans, la mayoría por motivos de odio.

San Luis Potosí no es la excepción:

  • De 2015 a 2022 se documentaron 7 asesinatos de mujeres trans.
  • Solo tres carpetas de investigación por feminicidio trans se han abierto entre 2021 y 2024, pese a los pronunciamientos de la Suprema Corte que obligan a tipificarlos como feminicidios.
  • Según la ENDISEG (INEGI), el 6.4 % de la población potosina mayor de 15 años se identifica como parte de la comunidad LGBTIQ+.

Otros datos reveladores:

  • Solo 17 estados permiten la rectificación de actas por identidad de género sin juicio.
  • 8 de cada 10 personas trans han vivido discriminación (CONAPRED).
  • Más del 70 % no tiene acceso a un empleo formal.

En salud, el panorama no mejora. Las personas trans denuncian prejuicios médicos, falta de tratamientos hormonales dignos y desinformación institucional. Iván R., un hombre trans de 27 años, lo resume: “Tuve que mentir sobre mi identidad para que me atendieran”.

Activismo que transforma, derechos que se exigen

A pesar de la marginación, el movimiento trans en México avanza. Colectivos como Letra S, Trans Pride México y Casa de las Muñecas Tiresias brindan apoyo legal, médico y psicológico. En San Luis Potosí, organizaciones como Todes Trans, De Transformas y la Red de Apoyo Trans han sido clave para impulsar reformas legales y crear espacios seguros.

Estas agrupaciones han presentado propuestas para incluir la identidad de género en la Constitución local, aunque los avances legislativos siguen estancados. Sin embargo, el cambio también nace de lo cotidiano: personas como Misael, Bruna, Alejandra o Raúl que alzan la voz y abren camino para otras.

“Queremos vivir sin miedo. Ser llamadas por nuestros nombres, acceder a salud y trabajo sin ser violentadas”, dice Bruna. Para Misael, el mensaje es claro: “Como hombres trans, tenemos que romper con el machismo. No solo existimos: podemos transformar”.

Ser trans en México no es solo una cuestión de identidad, sino de sobrevivencia. Es vivir en lucha constante contra sistemas que invisibilizan, patologizan y discriminan. Pero también es resistir con dignidad, exigir justicia y construir comunidad.

Mientras el país no garantice derechos básicos a las personas trans —como salud sin prejuicios, educación sin discriminación y justicia con perspectiva de género—, seguirá en deuda con una población que, a pesar de todo, no deja de luchar por ser quien es.

“Contar nuestra historia es vital —dice Misael—, porque si no contamos, nos borran. Y si nos borran, nos matan”.

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