A los empresarios ya no sólo les cobran “derecho de piso”, ahora tienen que pagar por servicios de seguridad si quieren sobrevivir en un territorio disputado por Mayos, Chapitos, Menchos y Golfos, revela un reporte de la Guardia Nacional.
Fresnillo, el pueblo mágico y minero que se convirtió alguna vez en el polo de atracción de dinero, bienestar e inversión de Zacatecas, hoy vive una racha de asesinatos de funcionarios y empresarios de primer nivel que muchos sólo pueden explicar a partir del desarrollo de los cárteles dentro del sector minero. La bendición convertida en maldición.
Y en medio de esta problemática se cruza una historia que inicia a partir del encuentro entre dos clanes que desde principios del siglo pasado han dominado al municipio más importante del estado: los Pérez y los Monreal.
Los primeros se asentaron en Puebla del Palmar en Fresnillo, Zacatecas, para estar cerca del santuario del Santo Niño de Atocha, uno de los centros de turismo religiosos más importantes del país, y forjaron una amistad con los segundos, quienes tenían como patriarca al líder priista campesino Felipe Monreal, padre de Ricardo, David y Saúl, los hermanos que marcarían para siempre al estado: el primero hoy senador, el segundo gobernador y el tercero alcalde.
La amistad se consolidó en aquellos años en que don Felipe Monreal vendió a don Juan Pérez Martínez algunos de sus locales en el céntrico Mercado Juárez de Fresnillo.
En uno de ellos, donde hasta la fecha se venden jugos y aguas frescas, la hija del nuevo dueño María de Jesús Pérez o Marichuy desarrolló su amor por el joven Ricardo Monreal. Se enamoraron, se casaron en 1985 y ambas familias quedaron aún más unidas.
En la boda del senador morenista estaba en primera fila el hermano mayor de la novia: Juan Pérez hijo, quien este 7 de febrero fue asesinado.
Con el tiempo, los Monreal aprenderían que Juan Pérez Guardado era un hermano y cuñado polémico. En los 80, fue detenido en Reynosa, Tamaulipas, por cargos relacionados con el tráfico de drogas. Seguía los pasos de su padre, quien en los 70 fue enviado a la cárcel de las Islas Marías por los mismos cargos tras su arresto en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Tras su excarcelamiento, el cuñado de Ricardo, David y Saúl se dedicó a los negocios. Para sorpresa de los fresnillenses, la cárcel no lo empobreció, sino lo contrario.
Fundó varias empresas que ganaron millones de pesos en contratos de obra pública, pero el ramo en el que más destacó fue en la construcción.
Se trataba de un negocio generoso gracias a las minas del estado… hasta el 2013, cuando se volvió un sector de alto riesgo por la llegada del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) a Zacatecas, bastión histórico del Cártel de Sinaloa.
El crimen organizado también quería poner a trabajar sus excavadoras ante los altísimos rendimientos de la industria. Y los empresarios del ramo fueron los primeros en saber que los buenos días de Fresnillo estaban contados.
Una década con los cárteles
Si Zacatecas es un cuerpo lleno de minerales, Fresnillo es el corazón de donde se extraen millonarias sumas de oro, plata, plomo y zinc.
Por eso, desde hace dos décadas, las familias más acomodadas ya no fincan su riqueza en la siembra de chile, avena o uva. Los ricos de Fresnillo hoy son quienes poseen empresas constructoras.
Es un negocio que no se detiene: las mineras extranjeras asentadas en el municipio y el estado todos los días detonan la tierra en busca de minerales.
Por eso, todos los días pagan millones a constructoras para que rellenen y afiancen esas oquedades para el paso seguro de los mineros que recolectan las piedras.
Es una coreografía que deja excelentes dividendos: mientras unos explotan, otros resanan y así todos se hacen ricos.
Juan Pérez vivió esa bonanza como socio de la empresa Concretos Premezclados del Mineral, tan lucrativa que por años ha sido la patrocinadora del equipo de basquetbol Los Plateros de Fresnillo.
En 2013 comenzaron las señales de que la industria minera estaba íntimamente ligada a los cárteles de las drogas y, por ende, estaba maldita.
Ese año, la entonces Procuraduría General de la República (PGR) elaboró un informe en el que reconoció que los cárteles exigían pagos a empresas extractoras para permitirles operar en sus territorios.
Poco tiempo después, el entonces comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral de Michoacán, Alfredo Castillo, reconoció que mafias como La Familia Michoacana extraían acero de manera ilegal sometiendo a las mineras locales.
La Cámara Nacional de la Industria del Hierro y el Acero (Canacero) confirmó la extorsión y sumó a esa lista nombres como el Cártel de Sinaloa, Cártel de Juárez y Los Zetas. Y a partir de entonces más organismos, activistas y periodistas han documentado el binomio entre crimen y minas en México.
En los últimos años, ese negocio ha ido cambiando, según un informe de la Guardia Nacional.
El reporte plantea que las mineras siguen pagando, pero ya no un “derecho de piso”, sino “servicios de protección privada” a los cárteles, que incluyen no sólo la vigilancia de sus territorios, sino el derecho de llevarse un porcentaje de los minerales para su reventa en mercados negros. La lógica es simple: si quieres sobrevivir, contrátalos.
El negocio en Zacatecas permaneció en sus primeros años en poder del Cártel de Sinaloa, el sindicato criminal que desde los 90 dominaba el estado, pero la llegada del CJNG acabó con esa “pax narca”.
Hoy, al menos cuatro facciones se pelean Fresnillo y sus zonas de minas, entre ellas, Los Flechas MZ de Ismael ‘El Mayo’ Zambada, la Operativa ‘Mencho’ de Nemesio Oseguera Cervantes, así como comandos autonombrados como gente de ‘Los Chapitos’ y células del Cártel del Noreste, antes Los Zetas.
Estos grupos han aumentado las muertes en Zacatecas: en cuatro años se han elevado en 500 por ciento los homicidios dolosos y el efecto se ha sentido en Fresnillo, una de las ciudades donde más miedo palpita en todo el país: 96.4 por ciento por ciento de sus habitantes tienen terror por salir a la calle, según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana que elaboró el año pasado el Instituto Nacional de Estadística y Geografía(Inegi).
Ese miedo no es gratuito. El director de la Policía Municipal de Fresnillo, Antonio Soledad Pérez, fue asesinado en noviembre del año pasado y fue un lío encontrar quien aceptara sustituirlo con un contrato de muerte casi segura, especialmente cuando el municipio se encuentra a menos de una hora en auto del penal de Cieneguillas, considerado el más violento del país y un generador de violencia para el estado.
Tan violento que corre el rumor de que el CJNG plantó minas personales en los alrededores de la cárcel por si sus enemigos sinaloenses se fugan y deciden huir a pie.
Como dato: México registró en 2022 unos 33 mil 287 asesinatos y la mayor tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes estuvo en Colima con 115 y Zacatecas con 89. El crimen organizado está en busca de recursos materiales: además de minerales, pelean por agua, flora y fauna en peligro de extinción.
Fue esa disputa entre cárteles lo que orilló al finado Juan Pérez a dejar la empresa en manos de hombres y mujeres de confianza y buscar caminos en el gobierno.
Este año sería su gran salto del sector privado al público: pretendía ser candidato a la alcaldía de Fresnillo, pero sus planes fueron frustrados por un comando asesino.
Ahora la fiscalía estatal busca a sus homicidas con una línea de investigación en mente: detrás del magnicidio están los cárteles, las minas, las empresas constructoras y un juego de tronos en Fresnillo.
Quería ser candidato
Quienes hoy retan al miedo y circulan con teléfono en mano grabando las calles de Fresnillo se darán cuenta que hay bardas donde se ha pintado el nombre del recién asesinado Juan Pérez. Su nombre y apellido aparecen con letras guindas sobre un fondo blanco para que no quede duda de su afiliación: Morena, el partido en el poder.
Antes de ser asesinado, Juan Pérez soñaba con ser alcalde de Fresnillo, el puesto anhelado que no alcanzó su papá ni su “tío” don Felipe Monreal.
Se trataba de una lucha cuesta arriba: para llegar a ese cargo tenía que vencer a los favoritos de Saúl Monreal, alcalde con licencia, y ganar una elección competida.
Y, por eso, es que en Fresnillo aseguran que tenía un plan B bajo la manga que no alcanzó a ejecutar.
Si no lograba la nominación morenista, Juan Pérez iría por la vía independiente. Se trataba de un plan sabido por todos los fresnillenses enterados de la política local.
El empresario de la construcción de las minas competiría el 2 de junio próximo sin un partido político a sabiendas de que no podría alcanzar el primer lugar de la contienda electoral, pero sí los suficientes votos para un nada despreciable premio de consolación: una regiduría.
Desde esa aparente modesta posición, Juan Pérez tendría un coto de poder codiciado por el crimen organizado: el voto decisivo en Fresnillo para poner en marcha o frenar planes de seguridad que beneficiaran o entorpecieran la labor de los cárteles en el municipio.
Para muchos, su llegada a ese puesto era una cuestión de tiempo, dada sus conexiones en la política y su arrastre en la ciudad gracias a su linaje. Juan Pérez sería regidor sí o sí en 2024 y desde ahí podría ser una piedra en el zapato para el crimen organizado o su aliado más importante en el negocio minero de Fresnillo.
Esa es la línea de investigación más sólida sobre su asesinato: Juan Pérez se volvió un activo que los cárteles debían presionar, especialmente en tiempos actuales en los que Fresnillo está acéfalo por un presidente municipal con licencia, luego de que Saúl Monreal pidió separarse del cargo para contender por un espacio en las listas plurinominales de Morena al Senado de la República.
Aquel vacío se profundizó el 26 de enero pasado, cuando el sucesor de facto de Saúl Monreal en el municipio, el hoy ex director del Instituto de la Juventud Fresnillense César Casillas, a quien llamaba “su relevo generacional”, murió en extrañas condiciones en un accidente de tránsito.
Hoy un rumor suave se mueve en Fresnillo. Suave como la brisa de una mina, pero pesado como una piedra preciosa: ningún asesinato de un político de alto nivel ocurre sin que la minería y el crimen organizado estén relacionados. Es la maldición de un pueblo minado por su pasado minero.