- «Sobreviví, pero perdí a mis hermanos»: el dolor emocional de una víctima del COVID-19

La vida de Guadalupe González “Tita” cambió para siempre con la pandemia. A sus 67 años, nos cuenta cómo enfrentó el COVID-19 en una de las etapas más críticas del brote en San Luis Potosí. Aunque logró sobrevivir sin ser intubada, la enfermedad dejó en ella una huella imborrable, no solo en su salud, sino en su corazón. Perdió a dos de sus hermanos y, con ellos, parte de su fortaleza emocional.
Guadalupe nunca imaginó que su vida se pondría en riesgo por un virus del que solo había escuchado en las noticias. “En realidad, creo que no sentí síntomas, solamente me dio fiebre”, recuerda. Sin embargo, su hermana notó que su oxigenación era baja y decidió buscar ayuda médica de inmediato.
Fue trasladada a la Unidad Centinela instalada en la Feria Nacional Potosina (FENAPO), un lugar adaptado para atender a pacientes con COVID-19 cuando los hospitales estaban saturados. En esos momentos, el miedo rondaba en el ambiente, pero ella se aferró a las indicaciones de los médicos y enfermeras.
“No tuve miedo”, dice con firmeza. “Siempre seguí al pie de la letra lo que me decían. Creo que eso me ayudó mucho a salir adelante”.
Tita logró superar la enfermedad sin necesidad de intubación, pero el COVID-19 no solo le arrebató su salud temporalmente, sino a dos de sus seres más queridos a quienes incluso no se les pudo realizar un funeral en compañía de la familia.
El momento más difícil llegó cuando su hermana, quien había sido internada casi al mismo tiempo que ella, tuvo que ser trasladada al Hospital de Soledad. Días después, falleció. Pero Guadalupe no lo supo de inmediato. Por indicación médica, su familia decidió ocultarle la noticia hasta que estuviera más estable.
“Yo sentía un presentimiento”, relata con la voz entrecortada. “Preguntaba por mi hermana y mis hijos me decían que estaba bien. Pero en el fondo, yo sabía que algo estaba pasando”.
Su otro hermano, Manuel, también enfermó gravemente en la Ciudad de México, donde la saturación hospitalaria impidió su atención oportuna. La familia decidió trasladarlo a San Luis Potosí, donde finalmente perdió la batalla contra el virus. Estos eventos dejaron una profunda huella en Tita.
Físicamente, la enfermedad le dejó cansancio crónico, dolores de cabeza y diabetes, aunque ha logrado mantenerla bajo control. Sin embargo, lo más difícil de sobrellevar ha sido el impacto emocional.
“Lo que más quedó fue la depresión por los familiares que fallecieron”, confiesa. Ha tenido que acudir a terapia psicológica y psiquiátrica para procesar el duelo. “Todavía hay ciertos detalles que me afectan, pero sé que voy a estar bien”.
Guadalupe nunca temió morir. Se aferró a la vida con disciplina, siguiendo cada indicación médica. Pero lo que sí le afectó profundamente fue el vacío que dejó la pandemia en su familia. “No tuve miedo al virus, pero sí al dolor de perder a mis hermanos”.
Cinco años después del inicio de la pandemia, Guadalupe sigue buscando respuestas. “Agradezco a Dios que me dejó vivir. Todavía me pregunto por qué, pero sé que tengo muchas cosas que hacer, especialmente con mi familia”, reflexiona.
A quienes aún subestiman el impacto del COVID, les deja un mensaje claro: “Les faltó información. Hubo mucha gente que no creía en la enfermedad, que pensaba que era un invento del gobierno. Pero fue real, muy real”.
Ahora, su historia es un testimonio de lucha y resiliencia. La pandemia dejó cicatrices en su vida, pero también le enseñó a valorar cada momento. “Nos debemos informar más. Ojalá que nunca vuelva a haber una pandemia, pero si llega a pasar, debemos estar preparados”.