sábado, julio 27, 2024

No sé si realmente la fe mueve montañas, pero sin duda alguna mueve los pies. 

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185 kilómetros son los que recorre la carretera que te lleva de San Luis Potosí a la Catedral Basílica de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, el recorrido que en carro transitas apróximadamente en dos horas y media, se vuelve en vispera de la Semana Santa en el trayecto de miles de peregrinos que motivados por la fe caminan para agradecer, cumplir mandas o pedir a la Virgen para que alguna plegaría se materialice. 

Es una caminata llena de misticismo la cual aunque pareciera es una experiencia multitudinaria, cada quien la vive a su manera, el trayecto que para unos es el más dificil, para otros es el más reflexivo, hay quienes encuentran en las ampollas significado a sus pecados y otros el motivo para desistir. 

Todos emprendendemos el camino por algo, yo descubrí que necesitas que ese “algo” sea lo suficientemente significativo como para evadir el dolor y cumplir el objetivo, y no es el dolor fisico el que más te merma, si no, el lograr pausar tu mente y conectar contigo mismo, nunca caminas tan acompañado y a la vez tan solo, y en esa soledad tienes de dos, o permites que tus demonios te atormente o caminas con ellos hasta que logras comprenderlos.

En mi caso todo comenzó en enero, cuándo en un tormento mental decidí acudir a la Iglesia y hacer lo propio al no encontrarle salida a una situación, ponerla en manos de Dios, a cambio de ello prometí caminar a San Juan, jamás pensé que sería una experiencia tan enriquecedora, pero sin duda alguna sin ese motivo no hubiera logrado llegar.

Y es que justo en la carretera que tantas veces recorres sin percatarte de que lo estas haciendo, en donde pareciera que no hay nada más que tu luchando contra todas las adversidades que se te presentan, ahí mismo es donde lo valoras todo, lo que das por sentado y lo que nunca habías considerado. 

Antes de emprender mi peregrinación compré todo lo que yo consideraba necesario, empaqué mi ropa de tal manera que cada día combinara, probe mochilas, cangureras y diferentes termos, para llegar a la primer parada y darme cuenta que eso era lo menos elemental, lo realmente valioso estaba en la gente que te acompaña. 

Yo iba con un grupo veterano en materia, siendo la única que acudía por primera vez, seguro los tenía mareados con la típica pregunta que hacen los niños constantemente en carretera ¿cuánto falta?, pero lo único que recibí fueron infinidad de atenciones que aligeraron el camino, sin duda alguna mi mayor recomendación sería, que como todo en la vida, quien te acompaña en ella hace la diferencia.

Dicen que es un camino santo y no me cabe duda de ello, porque aún cuado yo recorrí el trayecto entre quejas que me alivianaban el dolor y porque no decirlo, hasta con una que otra mentada de madre al aire, logré encontrar a Dios como nunca antes lo había percibido, pensé únicamente en la gente que quiero, es más, fue muy poca la que recordé, y todo el hartazgo diario que sentimos en la cotidianidad fue completamente olvidado en esos días.

Y es que encuentras a Dios en cada detalle, en la gente que esta en plena carretera regalando agua y naranjas, en quienes te prestan su casa para cambiarte, en los traileros que pitan para darte animos, en mi experiencia en el señor que se detuvo a regalarnos cerveza, en los baños limpios del 40, en el matrimonio que nos guió en un camino de terracería y evitaron que nos perdiéramos, gracias a ellos ahorramos 40 minutos de camino.

Yo pedí señales para seguir y me fueron concedidas, lloré hasta sentir que no tenía más lagrimas, para darme cuanta al otro día que si seguía teniendo y volver a llorar, camine rezando y llevando en muchos lapsos a la Virgen de frente en el capelito de algún peregrino, me reí y la goce, el sufrimiento fisico no se compará para nada con la satisfacción personal. 

Los últimos 12 kilometros fueron los más emotivos, llegas a una ciudad que aún cuándo esta acostumbrada a recibir peregrinaciones no pierde la emoción ante el suceso, cada paso que te acerca a la Iglesia se vuelve más complicado, pero más satisfactorio, nada se compara con la emoción que sentí cuándo le pregunté a una señora que dónde estaba la Iglesia y me dijo: “voltea ya llegaste” y ante la imponente Catedral me hinqué, persigné y agradecí por lo vivido.

Dicen que cuándo llegas al altar se te quita el dolor, yo seguía sintiendo cada una de las ampollas y un tirón que me adormecía la pierna izquierda, pero el corazón más contento que nunca, mi motivo era lo suficientemente valioso como para llegar y aún cuando espero con profunda fe que lo pedido se cumpla, estoy por demás agradecida con lo que el peregrinar dejo en mi.

Hace poco leí que antes de cumplir 30 años debes encontrarte a ti mismo, acercarte a Dios y cumplir un reto que te llene de satisfacción, por suerte yo hice los tres en uno, porque me quedaba poco tiempo. 

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