viernes, marzo 14, 2025
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San Luis Potosí y la huella del COVID-19: cinco años después

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La pandemia cambió la forma en que la gente decía adiós…

El trabajo de los sepultureros, un oficio poco reconocido, fue crucial y desafiante en tiempos de crisis como lo fue la pandemia de COVID-19. Francisco Javier Hernández, un sepulturero con más de diez años de experiencia en los cementerios de El Saucito y Españita, ha sido testigo de cómo su labor cambió drásticamente cuando la epidemia llegó a San Luis Potosí.

“Cuando empezó la pandemia, todo cambió de un día para otro. En lugar de los dos o tres entierros que hacía al mes, llegamos a tener hasta cinco al día”, recuerda Francisco con una mezcla de resignación y tristeza. Aunque la epidemia trajo consigo miedo e incertidumbre, él, siendo uno de los más jóvenes en su oficio, fue de los pocos que continuó trabajando, mientras que sus compañeros mayores fueron enviados a casa debido a que pertenecían al grupo de riesgo.

La instrucción era clara: el número de personas permitidas en los panteones debía ser reducido al mínimo para evitar aglomeraciones, y la mayoría de las víctimas de COVID-19 debían ser incineradas, pues las restricciones no permitían hacer velatorios. Francisco relata cómo, con cada entierro, la distancia física se volvía cada vez más palpable. “Un entierro que podía durar hasta una hora, ahora no pasaba de 15 o 20 minutos. La gente venía en grupos muy pequeños, y no podíamos permitirles que se acercaran al féretro”.

Los panteones, normalmente lugares de reunión y despedidas ceremoniosas, se convirtieron en espacios desolados donde la tristeza era contenida por protocolos sanitarios. La gente, temerosa de contagiarse, permanecía distante. “Recuerdo que algunos se aferraban a la idea de sepultar a sus seres queridos en El Saucito, un lugar tradicional para las familias de la ciudad. Pero las reglas eran claras: no podíamos permitir entierros sin incineración, y para los pocos que aceptaban este proceso, los gastos eran altos. Las funerarias no permitían velar los cuerpos y muchos tenían que optar por embalsamar las cajas y envolverlas en plástico, lo que aumentaba considerablemente los costos”, explica Francisco.

Además, las ceremonias religiosas se vieron limitadas. “Hubo ocasiones en que los sacerdotes no pudieron oficiar misas en el panteón”, comenta. El panteón se convirtió en un espacio extraño, donde las despedidas no eran como las de antes, llenas de cánticos y rezos. 

Con cada muerte, las normas de sanidad eran estrictas. Desde el uso obligatorio de mascarillas hasta la aplicación de gel antibacterial para todos los que ingresaban al cementerio. La distancia social era esencial, y Francisco debía asegurarse de que se cumpliera a rajatabla, incluso en los días de mayor afluencia, como los domingos. “La gente tenía miedo, y la verdad es que a veces hasta nosotros también. No sabíamos qué tanto podríamos contagiarnos al estar tan cerca de los cuerpos”.

El aumento de muertes fue algo inédito. Aunque no recuerda con exactitud el número exacto de decesos, Francisco estima que los entierros llegaron a ser de tres, cuatro o hasta cinco al día, sin contar los cuerpos que iban al crematorio. A pesar de las restricciones, muchos dolientes trataban de seguir las tradiciones, pero era evidente que la pandemia había cambiado la forma en que la gente decía adiós.

A pesar del impacto emocional que la pandemia tuvo en él, Francisco sostiene que nunca tuvo miedo de contagiarse, aunque no negaba que la situación era preocupante. “El miedo estaba más en la gente, pero uno se va acostumbrando. Si usas el equipo adecuado, te vas acostumbrando a la situación. Lo importante era cuidar la salud y la de los demás, por eso estábamos tan pendientes de las medidas”.

Francisco sigue trabajando en los cementerios de El Saucito y Españita, enfrentándose a las dificultades de la vida con la serenidad que le da saber que su labor es esencial para dar un último adiós a los seres queridos.

“La vida sigue, y nosotros seguimos trabajando. Aunque la pandemia cambió todo, lo que sigue es nuestro oficio: dar paz a los que se van, en un momento que nunca deja de ser difícil”, concluye Francisco, con un tono reflexivo.

Las cicatrices de la pandemia son evidentes.

Desde que el COVID-19 llegó a México, San Luis Potosí ha sido testigo de los estragos que la pandemia ha dejado en su población, su economía y su sistema de salud. Cinco años después, la enfermedad sigue presente en la memoria colectiva de los potosinos, quienes han visto cambios significativos en su estilo de vida, la atención médica y las dinámicas sociales.

Las cicatrices de la pandemia son evidentes en todos los ámbitos de la sociedad potosina. Aunque algunos sectores han logrado recuperarse, otros siguen lidiando con las secuelas económicas, emocionales y de salud que dejó la crisis sanitaria. La resiliencia de los potosinos ha sido clave en la reconstrucción de su vida cotidiana, pero el recuerdo de los años más difíciles de la pandemia permanecerá en la memoria de San Luis Potosí por mucho tiempo.

El impacto del COVID-19 en San Luis Potosí fue devastador. Más de 7,741 personas fallecieron a causa del virus. La crisis económica afectó a miles de familias, mientras que el sistema de salud se vio rebasado en varias ocasiones.

Según datos de los Servicios de Salud en el Estado desde el 2020 a la fecha, un total de 80 trabajadores del sector de salud de todas las instituciones perdieron la vida durante pandemia, de esos 39 fueron médicos (9 de ellos eran médicos jubilados)

El inicio de la crisis sanitaria

Cuando se confirmó el primer caso en el estado, la incertidumbre se apoderó de la sociedad. Las autoridades implementaron medidas estrictas de confinamiento, cierre de negocios y restricciones en la movilidad. El sector salud se vio desbordado rápidamente por la cantidad de pacientes que requerían atención hospitalaria, mientras que el personal médico enfrentó largas jornadas de trabajo y escasez de insumos de protección.

La Secretaría de Salud de San Luis Potosí reportó que, en el punto más crítico de la pandemia, en 2021, los hospitales alcanzaron una ocupación superior al 90%. La falta de oxígeno medicinal y la escasez de camas agravaron la situación, dejando a muchas familias en una lucha desesperada por salvar a sus seres queridos.

En plena pandemia y más esenciales que nunca, trabajadores de la  salud del Hospital Central “Ignacio Morones Prieto” en San Luis Potosí, incluyendo los del área COVID-19, se manifestaban en redes sociales y afuera del nosocomio para denunciar falta de pago y de equipo para atender la pandemia.

Impacto en la economía y el empleo

El cierre de negocios y la reducción de actividades económicas afectaron de manera directa a miles de potosinos. Comercios, restaurantes, hoteles y sectores industriales experimentaron despidos masivos y caídas en sus ingresos. El turismo, una de las principales fuentes de ingresos para el estado, sufrió una disminución drástica en la llegada de visitantes, especialmente en destinos como la Huasteca Potosina y la capital del estado.

El Gobierno del Estado y los municipios implementaron programas de apoyo económico para mitigar los efectos de la crisis, pero muchos negocios no lograron sobrevivir. La informalidad laboral se incrementó, y hasta la fecha, algunos sectores no han logrado recuperarse completamente.

Consecuencias en la salud mental y educación

Más allá de los efectos físicos de la enfermedad, el COVID-19 dejó una crisis de salud mental en San Luis Potosí. Los confinamientos prolongados, la pérdida de familiares y la incertidumbre económica contribuyeron a un aumento en casos de ansiedad, depresión y estrés postraumático. Organizaciones civiles y profesionales de la salud mental han alertado sobre la necesidad de fortalecer el acceso a la atención psicológica para la población.

La educación también sufrió un impacto significativo. Durante los meses de confinamiento, las clases en línea representaron un desafío para miles de estudiantes, especialmente aquellos en comunidades rurales sin acceso a internet. Aunque las clases presenciales se han restablecido completamente, expertos en educación advierten que hay rezagos en el aprendizaje que aún no se han superado.

La Iglesia y su reconstrucción en San Luis Potosí

Han pasado cinco años desde que la pandemia de COVID-19 cambió radicalmente la vida de la sociedad, y la Iglesia católica en San Luis Potosí no fue la excepción. En entrevista, el vocero de la Arquidócesis potosina, Tomás Cruz Perales, compartió las transformaciones que la comunidad religiosa vivió en este tiempo y cómo han sido los esfuerzos por recuperar la normalidad.

«Algunos grupos apenas se han reintegrado y a otros les ha costado más, sobre todo a los jóvenes. Poco a poco se ha ido retomando la vida eclesiástica», señaló el sacerdote. Durante la emergencia sanitaria, los templos se vieron obligados a cerrar sus puertas y a transmitir misas en línea. Además, se establecieron medidas como la comunión en la mano en lugar de en la boca y la eliminación del saludo de la paz.

Si bien la mayoría de estas prácticas han vuelto a la normalidad, Cruz Perales mencionó que algunas personas mantienen la costumbre de recibir la comunión en la mano y que, en casos excepcionales, algunas misas se siguen transmitiendo en línea para personas enfermas o con impedimentos físicos.

Uno de los momentos más duros para la Iglesia fue la dificultad para despedir a los fieles fallecidos. «Muchas familias que no tenían la costumbre de incinerar a sus seres queridos tuvieron que hacerlo para poder realizar una celebración religiosa. En la mayoría de los casos, el cuerpo salía directamente del hospital al panteón, sin posibilidad de una misa de exequias», recordó el vocero.

El sacerdote también relató que en algunos templos surgieron iniciativas de solidaridad para apoyar a las familias más afectadas por la crisis económica, organizando la entrega de alimentos y ayuda material. «Gracias a Dios hubo bonitos signos de apoyo y fraternidad en esos tiempos difíciles», señaló.

A cinco años de la pandemia, la Iglesia reconoce que hubo un antes y un después del COVID-19. «Todos sufrimos consecuencias: la educación de los niños y jóvenes se vio afectada, muchas personas se quedaron sin empleo, y en la Iglesia hubo retrasos en la celebración de sacramentos como primeras comuniones, confirmaciones y matrimonios», afirmó Cruz Perales.

El impacto de la pandemia también se reflejó en el incremento de misas por difuntos. «Nunca había celebrado tantas. Fue un periodo histórico y muy doloroso para muchas familias», expresó el sacerdote, resaltando la tristeza que supuso no poder velar a los seres queridos de la manera tradicional.

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